Desde que llegó al club, Laporta cuenta sus días con una sonrisa en el rostro. Acabó con la etapa más nefasta que conoció el barcelonismo, el gasparismo, y trajo nuevos bríos al equipo. Olvidando sus devaneos políticos, el afán de protagonismo y un cierto tufillo a dictador, hay que reconocer que su labor está siendo excelente. Y lo digo antes de la final de París. Porque dos Ligas y una final de Champions en tres años, suponen un éxito impensable. Un triunfo que no ha conseguido solo. Ni mucho menos. A su lado, los que han confeccionado la plantilla con la habilidad de un cirujano plástico. Los Rosell, Txiki, Rijkaard y, siempre en la sombra, Johan Cruyff han conseguido armar un conjunto que roza la perfección por momentos. Han sabido dotar al conjunto azulgrana de un estilo propio, basado en la técnica, en la solidaridad, en la asociación de talentos. Porque han sido ellos y no otros los que apostaron por Ronaldinho cuando no sonreía en París, por un Eto’o polémico, por hombres comprometidos con su oficio.

Hoy esos hombres pueden ver la culminación de su gran obra. El Arsenal, el paradigma de la Ley Bosman, se erige ante los azulgrana con el gran Henry al frente. Y a su lado los Hleb, Reyes, Cesc, Touré...grandes jugadores que rinden pleitesía ante el francés que se desliza por un terreno de juego. El gran punto débil es alemán y responde al nombre de Lehmann. Grande y fallón, el Barça debe fusilar desde fuera del área para derrumbar al hombre que sentará a Kahn en el Mundial. De todas formas, el resultado está en manos de los grandes. De los jugadores que decidirán esta final. De los que nunca se esconden en los grandes momentos. Es el partido de Ronaldinho, Eto’o, Deco, Xavi, Henrik…y Thierry Henry.